A propósito de los acontecimientos históricos que han construido la patria y la legalidad de la que ahora gozamos, por motivos de trabajo me tocó coordinar la conmemoración del centenario luctuoso del general de división Francisco Murguía, nacido en Zacatecas y naturalizado coahuilense
el general Murguía fue abuelo de la pintora Mercedes Murguía y bisabuelo de mi amigo, el también pintor, Américo Pugliese, así que el tema me causó un interés peculiar que de inmediato, me hizo meter mis narices en libros y documentos históricos
el hecho de que Francisco I. Madero y Venustiano Carranza hayan nacido coahuilenses, pone un gran peso en la balanza revolucionaria de la entidad. Por un lado, Madero buscaba que el país trascendiera de una dictadura a una democracia; por el otro, Carranza trabajó en la formalización del país a través de la creación de la constitución, la legalidad y de un ejército sólido que fortaleciera la democracia
pues bien, Murguía fue un hombre carrancista, a quien se le confirió la confianza de escoltarlo en su huida a Veracruz. Su lealtad trascendió a tal grado que he sido testigo de la pasión con que la maestra Murguía defiende la causa constitucionalista que llevó a su abuelo a ser asesinado en Tepehuanes, Durango, en 1922
toco este tema como preámbulo de revisión de la palabra lealtad en la biografía consultada, en los discursos escuchados, en las justificaciones de la ocasión, ese denominativo siempre aparece definiendo al general Murguía como un hombre de convicciones firmes, creía en la causa constitucionalista al grado de defender, con su propia vida, el avance democrático del país. Se unió a la revolución por voluntad propia en un momento crucial, fue encarcelado injustamente por la muerte del propio hombre al que protegió, salvó del suicidio al hombre que después lo traicionaría y se juró fiel enemigo de aquellos que habían traicionado los ideales de la lucha emprendida 12 años atrás
al terminar la ceremonia cívica por esta conmemoración centenaria, después de tanta información analizada, me nació la reflexión personal sobre la lealtad ¿qué tan leales somos? ¿qué tan sinceros somos primero con nosotros mismos y después con quienes nos rodean? ¿qué tan fieles somos con nuestros principios y qué tan dispuestos estamos a creer en que nuestras acciones caminan hacia la mejora de nuestra comunidad?
¿podríamos, en un momento dado, servir a nuestra familia, comunidad, colonia, ciudad, estado o país, con la convicción de que dejaremos a nuestros hijos un mejor lugar para la vida y la convivencia? ¿Ofertaríamos nuestra comodidad para que el estado de las cosas mejore? ¿Permearíamos entre nuestros hijos, sobrinos o nietos, la idea que reviste la importancia de defender las causas justas? ¿Estaríamos dispuestos a librar una batalla apasionada por aquellas cosas en las que creemos?
hay muchas causas actuales a las que unirse, desde la que llevan a cabo los familiares de los desaparecidos, los feminicidios, el maltrato y abuso infantil, las muertes de quienes defienden los bosques, el paso de los migrantes con o sin familia por nuestras ciudades, la equidad de género, la defensa de derechos de las comunidades indígenas y LGBTTTIQ+, la desigualdad laboral, pero, sobre todo, la desigualdad educativa (que será motivo de una reflexión en otro momento)
¿entonces qué hacemos? veamos alrededor, revisemos las situaciones de nuestra familia, qué está pasado con cada uno de ellos, especialmente con los que no pueden defenderse; revisemos nuestros temas vecinales ¿en qué podemos mejorar el entorno? Estudiemos sobre los temas que nos son implícitos y cómo actuar: el calentamiento global, la defensa de los derechos humanos, el desafío actual que implica la aplicación de las leyes, la polarización social que divide y no unifica; denunciemos a quienes golpean a sus hijos, o a aquellos que ponen en riesgo la dignidad de la mujer, del indígena, del anciano y de las comunidades con mayor riesgo. Empecemos a crearnos a nosotros mismos una cultura de valía, de servicio, de seres hechos de una pieza y empecemos a cambiarnos y a cambiar lo que nos rodea, dando ejemplo a nuestros hijos, amigos, sobrinos, hermanos, padres y alumnos.
desde el punto de vista que se quiera ver, podemos creerlo o no, lo único perfectible somos nosotros y lo que hacemos, por eso somos más de lo que aparentamos y podemos hacer más de lo que nos hemos propuesto; la lealtad, antes que todo, debe ser hacia nosotros mismos
para finalizar, quiero compartir con Ustedes, a manera de reflexión, las últimas palabras del general Murguía, cuando se encontraba frente al paredón, aquel 1° de noviembre de 1922: Me han concedido el honor de dirigir mi propio fusilamiento, pero no he aceptado, no porque tenga miedo, sino porque a mí no me van a fusilar, a mí me van a asesinar.
Ana Elia Rodríguez Mendívil
saltillovivo@gmail.com
Ana Elia Rodríguez es sinaloense de nacimiento y coahuilense por cosas de la vida, madre de familia, comunicóloga, gestora sociocultural, con 25 años de trayectoria en el servicio público, escritora en sus tiempos libres y cantante de regadera
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